Cuando vemos una persona que pasa con rapidez y con frecuencia de un estado de ánimo exaltado a uno triste y viceversa, puede ser que pensemos que es bipolar. Sin embargo, el trastorno bipolar es mucho más complejo. Se trata de una enfermedad mental grave a la que, hasta el momento, no se le conoce cura.
Puede que alguna vez hayas conocido a alguien así. Se calcula que entre un 1 y 1,5% de la población mundial tiene esta enfermedad. Hace unos años, en una asociación conocí a una persona bipolar. Acudía a las reuniones, rebosante de ideas y de iniciativas. En la práctica era el primero en llevarlas a la práctica. Parecía como si su cuerpo y su mente no pudieran estarse quietos. Tenía una energía contagiosa que arrastraba a la gente tras de sí.
De repente, de un día para otro, dejó de pasar por el local social. Decían que estaba encerrado en casa. Que había caído en una depresión severa. No te podías imaginar la situación. Cómo puede ser que alguien tan pleno de vitalidad, de golpe y porrazo se hundiera en el abismo.
Nunca más volví a saber de él. No sé si su psicólogo o su psiquiatra le dijeron que cambiara de rutina. El caso es que después de toda la energía y trabajo que invirtió en la asociación no volvió a hacer acto de presencia.
El trastorno bipolar es una enfermedad difícil de llevar. Tanto para el enfermo como para su entorno. El afectado debe estar tomando medicación de por vida. Cuando atraviesa un episodio eufórico puede realizar acciones osadas que comprometan su integridad física y cuando cae en el episodio depresivo sufre una depresión mayor. Con todas sus consecuencias.
En fin, una condición mental que afecta significativamente a su vida cotidiana y a sus relaciones sociales.
¿Qué es el trastorno bipolar?
Dice la Clínica Universitaria de Navarra, en su página web, que el trastorno bipolar es una enfermedad crónica y recurrente. Caracterizada por la alteración de estados de ánimo altamente depresivos y periodos maniacos o hipomaniacos, en los que se aprecia una exaltación del humor y un incremento de la vitalidad. Ambos episodios se suceden los unos a los otros, llegando a crear una situación cíclica.
Esto no quiere decir que un bipolar no pueda estar estable. Llevando una vida tranquila, sin demasiados estímulos, ni preocupaciones y con la supervisión médica adecuada, puede tener una vida normal. Al menos, lo que consideramos como normal socialmente.
Tampoco los cambios de estado de ánimo son instantáneos, como algunas personas piensan. Tanto los episodios depresivos como los maniacos suelen durar semanas. Los periodos estables se pueden convertir en predominantes, pero no debemos olvidar que aparecerán varias crisis a lo largo del año y que muchas veces lo harán sin avisar.
Un trastorno bipolar se puede comenzar indistintamente por un episodio depresivo, por uno maniaco o por uno mixto. Por lo que en un primer momento es difícil de diagnosticar. Más aún, es posible que el psiquiatra comience tratando las manifestaciones evidentes antes de detectar y abordar el trastorno en su conjunto.
Es frecuente que esta enfermedad aparezca en la adolescencia, cuando está cambiando el cuerpo, o que se manifieste en la tercera o cuarta década de la vida. Aun así, se han dado casos de personas que han padecido el primer episodio pasados los 65 años de edad.
La sintomatología es variada. Los episodios maniáticos pueden expresarse tanto desde una hiperactividad desaforada hasta por una gran irritabilidad o una cierta agresividad. También, en esta etapa, pueden aparecer delirios y alucinaciones.
Algo parecido pasa con la etapa depresiva. Donde se puede contemplar desde un retardo psicomotor, con una lentitud de los movimientos habituales (andar, hablar, etc.) y un agotamiento físico injustificado, hasta con una sintomatología más reconocible de la depresión (apatía y desgana, pensamientos de culpa, desesperanza, etc.)
Todo esto hace que el cuadro clínico del trastorno bipolar sea tan heterodoxo y tan variable como la propia enfermedad.
Los dos tipos.
La psiquiatra tinerfeña Raquel Calles Marbán, que trabajó durante años en el Departamento de Psiquiatría del Hospital Universitario de Canarias, y que lleva desde 1999 formándose en el tratamiento de enfermedades mentales, cuenta que existen dos tipos de Trastorno Bipolar:
- Trastorno bipolar Tipo 1.
En esta modalidad, se alternan los episodios maniacos, depresivos y mixtos. Comenzando generalmente con una depresión.
El episodio maniático se gesta de manera rápida. En cuestión de horas o día, pero se extiende durante semanas. Un episodio maniático no tratado puede durar hasta tres meses. Esta crisis, por así llamarla, comienza por un periodo de una o dos semanas de un humor eufórico exaltado. En este tiempo, aparece hiperactividad, aceleración del habla, reducción de las horas de sueño, ideas de grandiosidad. A medida que va pasando el tiempo, la mente se revoluciona, dando lugar a una desinhibición de la conducta, una mayor irritabilidad e incluso la aparición de síntomas psicóticos (delirios y alucinaciones).
Si la enfermedad aparece con un episodio depresivo, este suele coincidir con una depresión leve de varias semanas o meses de duración. En este tiempo se percibe un enlentecimiento psicomotor y una hipersomnia (somnolencia excesiva).
En el episodio mixto conviven síntomas del episodio maniático, como la aceleración del habla y las ideas de grandiosidad, con las ideas negativas propias de la depresión: sentimiento de culpa, desesperanza, etc.
A medida que la enfermedad avanza, el tiempo que discurre entre un episodio y otro disminuye. Pasado 5 episodios, el intervalo entre las diferentes etapas se estabiliza entre unos 6 y 9 meses.
- Trastorno bipolar Tipo 2.
Se trata de una variedad menos habitual y en apariencia más suave, aunque los episodios depresivos pueden ser más severos.
En el trastorno tipo 2, los episodios maniacos se sustituyen por otros llamados hipomaniacos. Son similares a la manía, pero menos intensos. Aquí, el enfermo experimenta un aumento de vitalidad que le hace sentirse más enérgico y productivo. Su estado no requiere hospitalización y puede ser compatible con la vida normal.
El problema radica en los episodios depresivos. Más intensos, duraderos y frecuentes que en el tipo 1. Algo que sí puede paralizar la vida normal del enfermo.
Las causas.
La revista de difusión médica Medline Plus afirma que no existe una causa clara respecto al origen del trastorno bipolar. En lo que sí hay una evidencia médica es en que existe un factor genético. Siendo más habitual que se padezca este trastorno entre personas que hayan tenido antecedentes familiares.
El componente genético crea una predisposición al desequilibrio mental ante determinadas situaciones adversas, o ante el efecto químico de ciertas sustancias.
Así, por ejemplo, una persona que haya tenido antecedentes de trastorno bipolar en la familia, ante una situación de estrés, puede responder con una alteración de los sistemas neuroquímicos como la serotonina, la dopamina, la adrenalina, etc. que genere un cambio de estado de ánimo injustificado.
Otro de los factores que pueden motivar esta anomalía pueden ser los cambios hormonales sufridos durante la adolescencia o en la gestación y parto de un recién nacido.
La revista Medline Plus señala que determinadas circunstancias físicas y químicas pueden desencadenar la aparición de un episodio maniático. Una de ellas es el insomnio prolongado. El sueño tiene un efecto reparador para nuestra mente. Durante el sueño, se restablecen las conexiones neuronales rotas. Al no poder resetear nuestro sistema nervioso, este puede provocar alteraciones en nuestra estabilidad mental.
El consumo de sustancias químicas también afectan las conexiones neuronales. Así, por ejemplo, se sabe que el consumo excesivo de antidepresivos y asteroides alteran la producción de serotonina y dopamina.
Drogas como la cocaína y las anfetaminas desencadenan episodios maniáticos o hipo-maniáticos en personas con Trastorno Bipolar o con tendencia a sufrirlo. Hace que estos episodios sean más intensos y que los ciclos entre depresión y manía sean más rápidos.
Por otro lado, el consumo excesivo de alcohol, aunque es un depresor del sistema nervioso central, puede agravar los síntomas del trastorno bipolar.
El tratamiento.
Como hemos dicho antes, a día de hoy, el trastorno bipolar no tiene cura. Sin embargo, el uso de una medicación a base de fármacos estabilizadores del estado de ánimo puede hacer que el enfermo tenga un mayor control de su enfermedad. Haciendo que los cambios de episodios sean mucho menos severos, y sus síntomas menos intensos.
Para ello, el consumo de la medicación debe estar supervisado en todo momento por el psiquiatra.
Las terapias también pueden ser positivas para poder convivir con la enfermedad. Ayudan al paciente a detectar la emergencia de los episodios antes de que aparezcan y a averiguar las situaciones desencadenantes, pudiéndolas evitar para que no se manifieste la enfermedad. Todo eso, sin contar con que las terapias crean una red de apoyo que siempre es positiva para sobrellevar cualquier enfermedad crónica.
Por último, ciertos cambios en el estilo de vida, como llevar una regularidad de horarios, dormir adecuadamente, evitar el consumo de drogas y alcohol y practicar ejercicio físico, ayudan a prevenir y controlar los síntomas del trastorno bipolar.