Los dientes no son eternos, aunque ya nos gustaría. Aguantan de todo: mordiscos, cambios de temperatura, comidas imposibles y años de uso sin descanso. Pero llega un momento en el que alguno se resiente. Se rompe, se desgasta o pierde parte de su fuerza. Y no hace falta haber tenido mil empastes para saberlo; a veces, simplemente pasa.
La odontología hoy nos ayuda mucho. Antes perdías un diente y se acabó, ahora tiene solución.
Las coronas dentales permiten conservar el diente. No duelen, no son complicadas y el resultado se nota enseguida. Una corona puede devolverle la forma, la función y hasta el aspecto original a un diente dañado. Y lo mejor es que ni se nota: parecen completamente naturales. Así que si algún diente empieza a fallar, no hay que asumir que el final está cerca.
Con la técnica adecuada y un buen cuidado, se puede seguir masticando, sonriendo y comiendo sin miedo durante muchos años más.
Qué es una corona dental
Cuando oí la palabra “corona” por primera vez, pensé en algo exagerado, como si me fueran a poner una joya en el diente. Pero en realidad es algo mucho más simple y práctico.
Desde Quintana 1 Dental, una clínica dental en Argüelles, Madrid, con más de 35 años de experiencia, nos explican que “las coronas dentales son uno de los tratamientos más comunes en odontología restauradora. Se utilizan para devolver la forma, función y estética a dientes dañados o debilitados, y gracias a los avances en materiales y técnicas, hoy en día existen diferentes opciones adaptadas a cada necesidad y paciente. En este blog, te hablamos de ellas”.
Una corona dental es, básicamente, una funda que cubre completamente un diente, y sirve para protegerlo y devolverle su aspecto y su fuerza. Piensa en un casco para un diente que ya no puede defenderse solo. A diferencia de los tratamientos de hace años, ahora se hacen coronas tan naturales que ni se nota que llevas una. Y no, no son incómodas ni se caen a los dos días. Si están bien hechas y se cuidan bien, pueden durar más de una década sin problemas.
El proceso es sencillo: el dentista prepara el diente, toma un molde (o escanea la zona, si usan tecnología digital), y en poco tiempo tienes una pieza nueva que encaja como si siempre hubiera estado ahí. Y lo mejor es que la sensación de volver a masticar sin miedo… no tiene precio.
Cuándo se necesita una corona dental
No todas las visitas al dentista acaban con una corona, pero hay momentos en los que no queda otra. Yo siempre digo que los dientes nos avisan, solo hay que escuchar. Cuando algo se rompe, duele o se desgasta demasiado, el cuerpo te lo dice.
Las coronas se suelen usar en casos donde el diente está tan dañado que un empaste ya no sirve:
- Cuando hay una caries muy grande que ha destruido gran parte del diente.
- Si el diente se ha fracturado por un golpe o por morder algo duro (como ese turrón de Navidad que parecía de piedra).
- Cuando se ha hecho una endodoncia (lo que se conoce como “matar el nervio”) y el diente queda más débil.
- En casos de bruxismo, es decir, cuando una persona aprieta o rechina los dientes al dormir y acaba desgastándolos.
- O cuando se coloca un implante dental y hay que cubrirlo con una corona que haga de “nuevo diente”.
También hay quien decide ponerse coronas por motivos estéticos:
Para mejorar el color o la forma de los dientes, por ejemplo. Y, aunque no es lo más habitual, a veces puede ser una gran ayuda para ganar confianza al sonreír.
Lo importante es que no es una solución rápida sin más. Antes de poner una corona, el dentista analiza bien el caso: revisa la raíz, la encía, la mordida… porque lo último que se quiere es tapar un problema más profundo.
Tipos de coronas dentales
Depende de lo que necesites, de dónde esté el diente y también del presupuesto, existen varias tipos de coronas dentales en función de los materiales, cada uno con sus ventajas:
- Coronas metálicas: Las de toda la vida. Resistentes, duraderas, perfectas para los molares que están al fondo y no se ven. Su principal ventaja es que aguantan años y apenas se desgastan. Lo malo: no son las más bonitas. Si te sonríes en grande, se nota el brillo metálico.
- Coronas de porcelana: Las favoritas de mucha gente por su aspecto natural. Se hacen para imitar el color del resto de los dientes, y el resultado es muy estético. Son ideales para los dientes delanteros, aunque pueden ser un poco más frágiles que otras.
- Coronas de zirconio: Estas son una pasada. Combinan lo mejor de los dos mundos: fuerza y estética. El zirconio es un material resistente, biocompatible (o sea, el cuerpo lo acepta bien) y con un color muy natural. Son más caras, sí, pero también más duraderas y cómodas.
- Coronas de metal-porcelana: El término medio. Tienen una base metálica por dentro (que les da fuerza) y porcelana por fuera (que les da estética). Son muy comunes porque ofrecen un buen equilibrio entre resistencia y apariencia.
Tú solo tienes que contarle tus prioridades: si te importa más que dure, que no se note o que no se salga del presupuesto.
Lo importante es que te expliquen bien cada opción y el porqué de la elección.
El proceso
Primero, el dentista examina el diente y, si todo está bien, lo talla ligeramente para que la corona encaje sin problemas. No te preocupes, se hace con anestesia local y no se siente dolor. Luego se toma un molde del diente o se escanea digitalmente la boca (cada vez más común).
Después, se coloca una corona provisional mientras el laboratorio fabrica la definitiva. Así puedes comer y sonreír con normalidad durante esos días.
Cuando la corona definitiva está lista, el dentista la prueba, ajusta la mordida (para que no notes nada raro al cerrar la boca) y la cementa en su sitio. Y ya está.
El cambio se nota al instante. El diente recupera su forma y puedes volver a comer sin miedo a que se rompa. Si te lo explican bien, es un proceso muy llevadero y, sinceramente, menos traumático que quitar una muela.
Cuidados después de colocar una corona dental
Aunque las coronas son muy resistentes, no son indestructibles. Y como cualquier parte de la boca, necesitan mantenimiento:
- Cepillarse bien después de cada comida, prestando atención a la zona donde la corona se une a la encía.
- Usar hilo dental (o cepillos interdentales) para evitar que se acumule placa en los bordes.
- Evitar morder cosas muy duras, como hielo, frutos secos con cáscara o bolígrafos (sí, todos lo hemos hecho).
- Si tienes bruxismo, usar una férula de descarga por la noche para proteger las coronas y los demás dientes.
- Y, por supuesto, visitar al dentista cada seis meses para revisar que todo esté bien.
Una corona bien cuidada puede durar más de 10 años, incluso 15. Pero si se descuida la higiene o se fuerzan los dientes, pueden aparecer filtraciones o desgaste. Lo bueno es que, con revisiones regulares, cualquier problema se detecta a tiempo y se soluciona fácilmente.
Lo que nadie te dice sobre tener una corona
La primera vez que vi una corona, pensé “¿y eso va dentro de mi boca?”. Son diminutas, brillantes y parecen frágiles, pero cuando te la colocan, ni te acuerdas de que la llevas. Al principio, puede que sientas una ligera diferencia al morder, pero en pocos días se vuelve parte de ti. La mayoría de la gente ni se acuerda de cuál es el diente coronado, y eso es buena señal.
Otra cosa curiosa es que las coronas no se manchan tan fácilmente como los dientes naturales, pero eso no significa que puedas olvidarte del cepillo. El borde que toca la encía sigue siendo vulnerable a la placa, y ahí es donde hay que tener más cuidado.
Y sí, aunque las coronas modernas son resistentes, si te pasas masticando cosas duras (como huesos o caramelos), pueden fracturarse. No pasa a menudo, pero conviene no tentar a la suerte.
Lo más importante es que, una vez te acostumbras, te olvidas del miedo a masticar o sonreír. Y eso, sinceramente, compensa cualquier pequeño detalle del proceso.
Volver a sonreír sin miedo
Las coronas dentales no son solo una cuestión de estética o de tener “los dientes perfectos”. Son una forma de recuperar comodidad, confianza y salud bucal. Cuando un diente se daña y se repara bien, todo cambia: desde cómo comes hasta cómo hablas.
A veces evitamos ir al dentista por miedo o por pensar que nos van a complicar la vida, pero la realidad es que tratamientos como este te la simplifican. Te devuelven la tranquilidad de poder usar tu boca sin dolor ni miedo.
Y eso, aunque parezca poca cosa, tiene un impacto enorme en el día a día, porque te permite sonreír sin complejos, hablar con naturalidad y disfrutar otra vez de lo cotidiano.