No me avergüenza reconocer que he vivido hasta hace muy poco tiempo bajo la sombra de un tabú que, hasta el día de hoy, sigue siendo difícil de romper: el maltrato psicológico infantil.
Durante años me dijeron que exageraba. Que las cosas que viví dentro de mi propia casa eran «normales», que «en todas las familias pasan esas cosas».
Y, por esa misma razón, he callado todo lo que ha ocurrido durante años, pensando que todo era normal, que era yo la que tenía un problema que debía solucionar, y no ellos. Crecí pensando que los insultos, las humillaciones y el constante menosprecio eran parte de lo que significa ser hijo. Que no me portaba lo suficientemente bien, que no era lo suficientemente guapa, que nunca llegaría a ganarme, ni tan siquiera, el afecto de mis padres o de mis hermanos.
Lo cierto es que la sociedad prefiere mirar hacia otro lado cuando se habla de estos temas, porque enfrentarse a la verdad es incómodo y muy doloroso. Y, sobre todo, porque hay una idea profundamente arraigada de que «la familia es la familia», y como tal, sus acciones se justifican.
Siempre, sea cuales sean.
Pero no. El maltrato psicológico infantil es una realidad que deja cicatrices mucho más profundas de lo que os podáis imaginar. Y ya es hora de que dejemos de callarlo.
El tabú de hablar sobre el maltrato psicológico infantil
El primer obstáculo al que me he enfrentado cuando intenté hablar por primera vez de lo que estaba pasándome fueron críticas o silencio.
Es un tema del que no se habla. Lo experimentas en carne propia, sientes que algo está mal, pero a tu alrededor la sociedad te dice que no es así. Que no puedes quejarte de cómo te trataron tus padres, porque, al fin y al cabo, te dieron un techo, comida, educación. Todo lo que necesitabas para «salir adelante», dicen.
Y ese es precisamente el problema. En nuestra cultura, existe la creencia de que, mientras tus necesidades básicas sean cubiertas, todo lo demás es secundario. Pero ¿de qué sirve tener comida en la mesa si cada vez que hablas te responden con insultos o indiferencia? ¿De qué sirve un techo si el lugar donde deberías sentirte seguro es el mismo que te destroza emocionalmente todos los días durante años?
Lo más doloroso es que, incluso cuando te atreves a hablar, te encuentras con comentarios que minimizan lo que has vivido. “No fue para tanto», «Tus padres hicieron lo mejor que pudieron», «Todos los padres cometen errores», e, incluso, “Los padres tienen que imponer castigos, pero vosotros vivís en una sociedad de cristal y no lo aceptáis”.
El Centro de Terapia Animus explica que, a pesar de lo que la sociedad pueda llegar a creer, el maltrato psicológico infantil es una forma de abuso que tiene consecuencias reales y devastadoras para la persona durante toda su vida.
La familia no siempre es familia
El segundo obstáculo al que me enfrenté, y quizás el más fuerte, fue tratar de romper el mito de que la familia es la familia. Y, como este, muchos otros secundarios que siempre lo acompañan: “La familia es lo primero”, “Los padres son sagrados” o “A la familia no se la cuestiona”. Nos bombardean con estas ideas desde que somos pequeños, y llegamos a creer que, no importa lo que hagan, nuestros padres siempre tendrán la razón porque «nos aman».
Este tipo de creencias refuerzan la idea de que cualquier acción que venga de un padre está justificada, por dura o cruel que pueda ser. Los padres que insultan, humillan, controlan o manipulan a sus hijos son defendidos bajo el pretexto de que “lo hacen por tu bien”. Es una frase que he escuchado toda mi vida y que me ha destrozado. ¿Cómo puede ser «por mi bien» que me hagan sentir insuficiente o que me enseñen a callar cada vez que intentaba expresarme?
Lo peor de todo es que, durante mucho tiempo, yo misma creí en ese mito. Pensé que los insultos, las comparaciones constantes y el menosprecio eran muestras de «preocupación» y de «amor». Que el problema era yo, no ellos. Y es justo ahí donde el maltrato psicológico se convierte en una trampa: te hacen creer que eres responsable de tu propio sufrimiento.
Nos cuesta mucho aceptar que los padres pueden hacerles daño a sus hijos
Uno de los mayores desafíos a la hora de hablar sobre el maltrato psicológico es que la sociedad se resiste a aceptar que los padres pueden hacerles daño a sus hijos. Estamos acostumbrados a ver el abuso infantil como algo físico: golpes, castigos, heridas visibles. Pero el maltrato emocional no deja marcas en la piel, deja cicatrices en el alma.
Es más fácil para los demás mirar hacia otro lado y creer que los padres, por el hecho de ser padres, no pueden ser los causantes del dolor de sus hijos. Nadie quiere pensar que las personas que deberían cuidarnos y protegernos pueden ser las mismas que nos destruyen desde adentro. Este es un tema que incomoda, que hace que las personas se sientan incómodas porque toca una fibra muy sensible. ¿Cómo es posible que unos padres, que supuestamente deben ser una fuente de amor incondicional, sean en realidad una fuente de abuso?
Cuando intentas compartir tu experiencia, te encuentras con incredulidad, negación o incluso rechazo. He visto cómo la gente se cierra, se resiste a creer que los padres pueden ser los causantes de años de sufrimiento psicológico.
Pero lo son, y no debemos tener miedo de decirlo.
Los traumas y problemas de conducta que deja el maltrato psicológico
El maltrato psicológico infantil no se queda en la infancia. Te marca. Te transforma. Y, aunque intentes dejarlo atrás, su sombra te sigue a lo largo de tu vida. En mi caso, los insultos constantes y la manipulación emocional me dejaron profundas heridas que, durante años, afectaron mi manera de relacionarme con los demás y conmigo misma. Y aún lo hace.
El primer gran efecto del maltrato psicológico es la pérdida de autoestima. Creces creyendo que no vales nada, que cualquier cosa que hagas está mal. Esa inseguridad te acompaña en la escuela, en el trabajo, en las relaciones personales. Yo me convertí en una persona que dudaba de cada paso que daba, que necesitaba la aprobación de los demás para sentir que tenía algún valor. Buscaba en el exterior lo que jamás recibí en casa: validación, aceptación, amor.
Además, el maltrato emocional te enseña a desconfiar de los demás. Si las personas que deberían haberte amado te maltrataron, ¿qué puedes esperar de los demás? La desconfianza, el miedo al abandono y la dificultad para establecer relaciones sanas son solo algunas de las secuelas que deja este tipo de abuso. Yo, por ejemplo, tuve serios problemas para conectar emocionalmente con otras personas, para abrirme, para dejarme cuidar.
Por si fuera poco, el maltrato psicológico también deja profundas huellas en la forma en que gestionas tus emociones. O te vuelves apático, incapaz de sentir nada, o te conviertes en una bomba de emociones reprimidas que estalla cuando menos te lo esperas. En mi caso, durante años fui incapaz de llorar, de expresar lo que sentía. Hoy, todavía me cuesta. Aprendí, desde muy pequeña, que mostrar emociones era una señal de debilidad, y que, si lo hacía, sería castigada.
Cómo superar el maltrato psicológico
Superar el maltrato psicológico infantil no es fácil. De hecho, durante mucho tiempo pensé que jamás lo conseguiría. Las heridas eran demasiado profundas, y parecía imposible encontrar una salida. Pero hay esperanza. La terapia psicológica es, sin duda, una de las herramientas más poderosas para sanar.
Decidir empezar terapia fue uno de los pasos más difíciles que he dado en mi vida. No es fácil enfrentarse a todo lo que has reprimido durante años. Al principio, me resistía. Tenía miedo de lo que podía descubrir, de tener que revivir el dolor. Pero, poco a poco y con la ayuda de un profesional, empecé a entender que el problema no era yo, que no era culpable de lo que me había sucedido. Y esto fue el primer paso que me salvó la vida.
La terapia te da herramientas para reconstruirte. Te enseña a cuestionar esas creencias que te inculcaron desde pequeño, a dejar de pensar que no mereces ser tratado con respeto y dignidad. En mi caso, el proceso fue largo y doloroso, pero valió la pena. Aprendí a validar mis emociones, a reconocer que tenía derecho a sentirme mal por lo que había vivido, y, sobre todo, a perdonarme por haberme permitido creer que no merecía más.
Superar el maltrato psicológico es un proceso que lleva tiempo. Aún hoy, sigo trabajando en ello, sigo aprendiendo a sanar. Pero si algo he aprendido es que no estamos solos. La terapia es un refugio, un lugar donde puedes desahogarte sin ser juzgado, donde puedes reencontrarte contigo mismo y aprender a vivir de una manera más sana y auténtica.
Es hora de romper el silencio
El maltrato psicológico infantil es una realidad, y no podemos seguir minimizándolo o justificándolo de ninguna forma.
No debemos permitir que la creencia de que “la familia es sagrada” nos impida reconocer el daño que muchas veces se esconde detrás de las puertas de nuestros hogares.
Si has sufrido maltrato psicológico, no estás solo. Hablarlo y pedir ayuda, no es un signo de debilidad, sino de valentía.
Y, aunque el camino hacia la sanación sea largo, siempre hay una luz al final del túnel.